jueves, 22 de noviembre de 2007

Lluvia en la Ciudad presuntamente Olímpica


































El lunes volvió a llover, después de unos cuantos meses a palo seco, y nunca mejor dicho.

El martes, como todos los martes, tocaba entreno. El habitual, el instaurado la temporada pasada. Y será verdad eso de que si no varías, no mejoras, pero uno encaja las piezas y sus preferencias del mejor modo posible.

En cuanto al entreno, duro de narices. Y, aunque parezca increíble, todo empezó porque me perdí por la Casa de Campo, puede alguien creerlo.

En mi descargo diré que estaba cayendo una verdadera tromba de agua, un aguacero intenso y que además tengo por costumbre ir variando el recorrido todos los días, cogiendo el primer sendero que no me suene haber pisado o simplemente yendo campo a través. Si a eso le sumamos que estaba más pendiente de averiguar si en la próxima zancada me metería en el barro hasta el tobillo o hasta la rodilla, bueno, aceptaremos torpe como animal de compañía, pero sin ahondar mucho en la herida.

Como se me fue la hora, y tengo que estar en casa hacia las seis menos diez, ya me vi obligado a hacer lo que no me gusta nada. El trayecto de Príncipe Pío a Casa, que lo realizo andando, tuve que realizarlo a un trote lastimoso, por asfalto. Y con la ropa que parecía pesar dos toneladas. La mierda de la mochila que pesaba dos toneladas. Si normalmente tengo los trapecios como un campo de motocross, esta semana parecen los Pirineos. Lo único bueno es que los dos centímetros de barro pegados a las suelas de las zapas fueron disolviéndose como el sueldo a lo largo del mes.

En cuanto a la capital del enésimo submundo, qué se puede decir que no padezca uno es sus propias carnes, huesos, entrañas y neuronas.

Llevaba lloviendo, sí, día y medio, pero es que llevaba meses la tierra sin catar el líquido elemento. Pues como si llevase lloviendo cuarenta días con sus cuarenta noches. ¿Y por qué este desaguisado?, se pregunta uno.

Pues tan fácil como incomprensible. Resulta que los mismos hijos de puta que están todo el día pregonando la cantinela de que se deje el coche en casa (bueno, en la calle o en el garaje) son los que están todo el día quemando gasolina para las mayores gilipolleces. No hay parque en esta maldita ciudad que no esté invadido por coches, furgonetas, camionetas y maquinaria pesada. En la Casa de Campo, como es grande, se nota menos, aunque les ha cundido, porque había rodadas camino sí, vereda también.

Pero la palma se la lleva ese engendro en que han convertido el otrora Parque de El Buen Retiro. Coches de Policía ( aunque luego nunca los encuentres cuando los necesitas, especialmente por la noche), coches de seguridad privada, coches de los dueños de los chiringuitos, coches privados del servicio de limpieza, furgonetas y camionetas del servicio de limpieza, coches y camiones de las exposiciones y ferias que semana tras semana asuelan el Retiro (aunque luego resulta, por lo que sueltan cuatro subnormales en los periódicos gratuitos, que lo único que destroza el presunto parque y lo único que molesta es que se celebre ahí la llegada del Mapoma).

Y chuchos, muchos hijos de perra sueltos, para disfrute de los hijos de puta de sus amos. Luego se quejan en sus foros y revistas de que tiene áreas dedicadas. ¿Se han asomado alguna vez al área canina del Retiro? ¿Seis, siete chuchos? El resto, dando por saco, cagando y meando donde les pille, destrozando la hierba, bien sueltos, "que no te preocupes que no hace nada", frase con la que el soplapollas de turno quiere decir que, de momento, no le ha arrancado el tobillo a ningún adulto o la cabeza a un nene; de que casi te "esmorras" o has tenido que frenar no te preocupes, que el demócrata no pensará en ello ni por un segundo.

Bueno, ¿Qué más, que estábamos hablando del entreno? ¿O estábamos hablando de este ppoblacho inmenso? ¡Ah, sí! El caos de tráfico que se forma cuando caen cuatro gotas (no te digo nada si llueve en condiciones)cho inmenso, la zorra autobusera que me puso hasta las cejas en la calle Segovia (tendría prisa la hija de la gran puta, para alcanzar esas increíbles medias de 14 Km/h. que alcanzan los autobuses; yo creo que esas velocidades tienen que ser malas para el organismo, que se decía antaño), el habitual saltarse semáforos y pasos de cebra, los paraguas enfilando bien al frente, más puntiagudo y más directos a los ojos cuanto menor es la estatura del portador, que ya se sabe que "hasta el objeto más inofensivo se convierte en un arma mortal en manos de un españolito".

Mención especial tiene lo del carril derecho. En un país donde circular por el carril derecho es poco menos que un signo de debilidad, de no saber conducir o de ser un lentorro pisahuevos, cuando llueve se obra el milagro. El muy demócrata-solidario-progre residente en Madrid las goza circulando por la derecha, a sabiendas de que a mayor velocidad, mayor salpicón, y no de marisco precisamente.

Y las alcantarillas, desbordadas. Más que nada porque no se limpian nunca. Luego, cuando ocurren las desgracias, nadie tiene la culpa. "Cosas de la meteorología que no se pueden prever ni evitar".

En fin, no vale la pena seguir. Resumimos: cansancio, barrizales, caos circulatorio, charcos/pozas/lagunas, chuchos sueltos, paraguas asesinos, salpicaduras/duchas gratuitas... Por supuesto, los hijos de satanás de renfe llegaron con ocho minutos de retraso (aunque a estos les da igual que llueva o no)... ¡Una gozada! Y luego dicen que me apunte a una "Eternal Running". ¡Anda ya!

1 comentario:

luis dijo...

Me parece una verguenza que blogs contando chorraditas sobre entrenamientos y carreras tengan 20 comentarios y, tu reflexión honda de urbanización&prosopopeya de mono no tenga ninguno. Mañana serás tema de mi blog.
Saluducos.