jueves, 20 de septiembre de 2007
¡Oh, no!
Así de críptico. Podría haber empleado títulos más tópicos como "Crónica de una Muerte anunciada" o "Regreso al Pasado", pero para qué.
Los medios de difusión ya se han encargado de dramatizar, de recurrir al tópico bujadinvoskoviano de "fútbol es fútbol", "basket es basket" (en desuso pronunciado la versión española de baloncesto) y la ingratitud del deporte, de recurrir al estereotipo macbethiano, el ser o no ser, toda una vida en un segundo, el balón (masculino) que juguetea lascivamente con la canasta (femenino) para ser rechazado amargamente y sin contemplaciones, arrojado al infierno de los perdedores, bla, bla, bla.
Ser español no es una excusa; tampoco una responsabilidad. Es una maldición. Una maldición acuñada como tradición secular. Intrincada, embebida, enmarañada en lo más profundo de nuestro subconsciente colectivo.
Pensé que el Mundial había constituido un punto de inflexión. De momento, y hasta que las Olimpiadas de Pekín dicten [o sigan dictando] sentencia, el Domingo nos tocó vivir la peor de las pesadillas.
El miedo a ganar, que no es sino el pavor a perder; las muñecas, encogidas; el cerebro, abotargado y las ideas, de excursión en el Mulhacén. Aquí falló hasta el apuntador. Salió la peor cara del equipo, la del partido contra Croacia; la de dejar ganarse el partido en los últimos momentos; la de desperdiciar una ventaja que hubiera sido (tenido que ser) suficiente, a poco que se hubieran hecho las cosas medio decentemente.
No, lo del tiro de Gasol a dos segundos no es la clave, por mucho que a los periodistas y a sus seguidores, esa masa informe cuyas ideas se alimentan de lo que oyen por la tele o leen en los tabloides, les ponga a mil la "épica", los tópicos y las frases hechas.
La clave estuvo en un equipo donde, en el momento de la verdad, nadie miraba aro, nadie se atrevía a tirar y donde todo se reducía a pasar el balón a un tan desconocido como nefasto Pau Gasol, que entre balones perdidos (palos aparte, que le dieron, y de lo lindo, eso ya lo vimos todos) y tiros libres fallados constituyó una sangría para la selección española. Ni siquiera Calderón, un monstruo del baloncesto, y el mejor del equipo durante todo el campeonato (y con diferencia), apareció para jugarse algún triple estratosférico.
Lo peor, desde el punto de vista personal, fue mi reacción. Fue la rabia por la previsibilidad del desenlace, contenida en mi interior, como una olla a presión o una ventosidad aguantada durante una reunión de trabajo interminable; sólo fallé en que dije que iba a ser un triple y "para casa". El resto, clavadito.
Blasfemias, cojín arrojado violentamente y enfado de tres pares, mientras mi santa, asustada, no daba crédito.
Supongo que todo se debe al Síndrome del Gafe [basta que me ponga a ver el partido para que mi equipo empiece a jugar mal y pierda], que todo español posee asociado al correspondiente Síndrome del Perdedor [o Parkinson en los momentos decisivos].
Al principio, décadas ha, creía que era un rasgo peculiar de mi padre, que creí heredar la noche de la fatídica final contra el Bayern. Pero que el transcurso del tiempo y las relaciones sociales me han enseñado que es un síndrome ampliamente extendido.
En fin, que sigue y prosigue la "maldición de las finales de las EuroCopas", con seis de seis aciertos (¡menuda Primitiva!), para deleite de periodistas y asimilados.
En fin, que veo que me ha sentado muy mal la reincorporación post-veraniega, y que estoy más harto que nunca.
Por lo que respecta al baloncesto, nos vemos en Pekín.
Por lo que respecta a mi vida, espero poder irme de esta mierda de ciudad "olímpica", antes de agriarme del todo.
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