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Don Francisco solía golpear fuertemente la manta raída en una tanda de cinco manotazos bien dados, para después quedarse absorto contemplando cómo la espesa nube de polvo iba desvaneciéndose en la nada.
Siempre lo había considerado una metáfora vital. La de esa vida, su vida, que no lograba sacudirse de encima. Los mismos pensamientos se dejaban deslizar suavemente, cual saloma de un marinero perdido, por su mente recién despierta. Esas ideas que conformaban el sempiterno monólogo mientras subía, a temprana hora, hacia el Parque del Buen Retiro, buscando esa fuente donde asearse mínimamente sin que apenas nadie le dirigiese una mirada despectiva.
Don Francisco, en cualquier caso, no era un cualquiera, entiéndame, no lo digo en plan despectivo. Era una persona bien formada. Su licenciatura en Psicología dan fe de su formación académica. Tanto como su trabajo durante más de dos largas décadas, tan largas que duraron dos suspiros, en una empresa de mediano tamaño y cierta reputación.
Pero cuando la crisis extendió su manto cual peste de la sociedad moderna, él fue uno de los damnificados. La empresa, esa que exige llevar su nombre en nuestra frente como si fuera la foto de nuestros hijos o el escudo de nuestro equipo, consideró que un psicólogo en la empresa era una futilidad tan innecesaria como onerosa.
Y cuando las cosas se pusieron feas y el fin del estado del bienestar y la comodidad empezó a asomar por el horizonte, su mujer decidió que lo que ha unido Dios bien lo puede separar un bolsillo vacío y una despensa en cuadro.
Así que en esas estaba Don Francisco, día tras día. Rememorando lo que fue y siempre sería así. Porque la vida es una sucesión de puntos de inflexión, y somos incapaces de reconocer aquéllos que, súbitamente o poquito a poco, se convierten en un punto de no retorno.
Don Francisco, en cualquier caso, no era un vagabundo al caso, entiéndame, no lo digo en plan despectivo. No sabía si por principios, o porque a veces los hierros de la educación tejen una valla imposible de saltar, pero él nunca recurrió al hurto. Ni siquiera una pieza de fruta en el cercano mercado de Pacífico. Él intentaba acudir a los comedores sociales, y cuando la situación lo imponía y se imponía, lo pedía. Pedir era una vergüenza, sí, pero no tanto como robar.
Tampoco recurrió a la mendicidad, entiéndame, no me refiero a la medicidad pura y dura. Pedir por pedir, que al fin es pedir para comer. A él, que tantos años le habían estado denegando trabajo, le gustaba mantener el cerbro despierto y las manos activas.
Y aun cuando lo que mejor se le daba era escribir, nunca, ni una sola vez, recurrió a aquello de escribir poemas. La Poesía era algo íntimo, un brote del corazón germinado en palabras. Y, por supuesto, era mucho más que una rima ridícula para obtener unos céntimos.
En su lugar, se dedicaba a dibujar. Siempre había sido una nulidad con el lápiz, pero el ineludible pasar de los años le había dado la oportunidad de desarrollar un estilo propio, tan peculiar como resultón. Y, una vez a la semana, se dedicaba a hacer nudos marineros con cuerdas que le proporcionaba el ferretero del barrio.
En fin, podría contarles cien, o mil, o quién sabe cuántas cosas más acerca de Don Francisco. Ayer murió, sin que a casi nadie le importase demasiado, entiéndame, lo digo por no decir absolutamente nada. Quizás a Doña Luisa, esa viuda del segundo que no puede dejar de pensar que, en otras circunstancias... O Don Anselmo, ese sexagenario jubilado coleccionista de sellos de Indonesia, que le proveía con asiduidad de lectura y cada cierto tiempo de ropa, con ese extraño y desasosegante sentimiento de que bajo otras circunstancias bien podrían haber estado los papeles intercambiados.
No a ciencia cierta a su mujer, que pronto encontró otro nicho de burguesía donde guarecerse, o a sus tres hijos, que ahora podrán decir a sus amigos mientras juegan a la play que su padre murió, sin sentir en el estómago la picadura del aguijón de la mentira fabricada y consentida.
Don Francisco, another day in paradise, pero usted ya lo estará viendo desde otro lugar...
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Foto original tomada de
http://www.hwupdate.org/update/2008/03/action_alert_stop_the_hrsa_hou.html
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jueves, 14 de mayo de 2009
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4 comentarios:
Creo que esta es una de las entradas más hermosas que he leído en todo el tiempo que llevo navegando en la blogosfera.
Añado: y más tristes, también.
Joer... Espero que sólo sea un relato. Aunque ciertamente pudiera ser la historia real de mucha gente.
Precioso y triste.
Saludos. ;-)
Gracias, Ana y Carlos. :-)
Pero sí, es triste, para qué vamos a engañarnos.
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